Esculturas de Mario Molins. Comisario Ricardo García Prats. Aula de la naturaleza. Hasta el 8 de junio.
Molins: el árbol de la vida
Cuando Mario Molins (Binéfar, Huesca, 1983), habla de su obra, hay dos palabras que siempre repite: diálogo y fuerza. El diálogo es la interlocución de respeto que mantiene con la naturaleza. La fuerza es la facultad de recuperar el aliento interno que todavía queda en la madera, después de que el árbol se haya secado. Un planteamiento que expresa muy bien el título de la exposición «Catharsis», tomado como elemento de transformación interior.
Mario Molins ha trabajado otros materiales como la piedra o el bronce hasta centrar sus últimas investigaciones en la madera. Conoce perfectamente los distintos tipos de árboles; olivos, olmos, cipreses, almendros, plataneros, robles, así como sus características y maleabilidad. Elige cuidadosamente los troncos muertos que después irá devastando hasta conseguir dotarlos de una nueva vestimenta. Retira las lascas muertas para acceder al alma de la materia. Su compromiso con la naturaleza le lleva a transformar lo fútil en una escultura dotada de contenido creativo. Molins talla, corta, perfilalos ritmos que intuye de la propia madera. Todo fluye en una ondulación que impregna el espacio. Extrae las distintas capas que va desgajando como láminas asimétricas que van dando forma a volumetrías alteradas por el tiempo. Con ellas consigue dar luz, es decir, modelar los huecos que en ocasiones aprovecha dando protagonismo al vacío interior. Mario Molins, deja que los materiales hablen y logra que se establezca un diálogo entre arte y naturaleza como escribe el comisario de la exposición, Ricardo García Prats.
La exposición se sxhibe en el Aula de la Naturaleza del Parque José Antonio Labordeta, un espacio que ha sido adaptado a la obra de Mario Molins. Las 23 piezas se individualizan al estar colocadas sobre una alfombra de tierra blanquecina en forma de U, que permite dar una visión cosmológica cercana a los jardines japoneses. Los troncos, sobre la superficie rastrillada, sustituyen a las piedras para crear un vínculo más explícito de comunicación con el ámbito natural. Se plantea como un paisaje de contemplación en el que se van combinando formas, texturas y ritmos. Las esculturas más aéreas, sujetas a un principio de compensación de fuerzas, dejan paso a otras que parecen descansar con una mesurada espontaneidad. Estructuras pulidasy rugosas que se suceden en una imaginaria danza dominada pro unproceso armónico de acordes simultáneos.
Una de las aobras expuestas en la exposición pertenece ala copa más alta del ciprés lusitano seco, de cerca de ocho metros de altura sobre el que Mario Molins ha empezado a trabajar. Una intervención in situ en una zona arbolada cerca de la Rosaleda, que establece una clara relación con el Land Art y que dotará al árbol muerto de una nueva presencia.
El escultor indaga en las vibraciones inertes de la materia para rescatar el lenguaje atrapado por el revestimiento de la corteza. Un proceso de utópico lirismo que rescata la energía que permanece latente en el interior de la madera. Una rama seca recubierta de bronce significará el rebrote a una nueva conciencia. Molins conjura en la talla el cobijo místico.
Desirée Orús