Mario Molins | Artist | Sculptor | Paisaje interior, paisaje exterior
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CDAN / Fundación Beulas, Huesca, 2013

Paisaje interior, paisaje exterior

 

Creció en mi frente un árbol.
Creció hacia adentro.
Sus raíces son venas,
nervios sus ramas,
sus confusos follajes pensamientos.

Tus miradas lo encienden
y sus frutos de sombras
son naranjas de sangre,
son granadas de lumbre.

Amanece

En la noche del cuerpo.
Allá adentro, en mi frente,
el árbol habla.

Acércate, ¿lo oyes?

Octavio Paz: Árbol adentro

Mario Molins habla de su quehacer artístico con pasión, con la ilusión del que empieza, con el arrojo de quien sabe lo que hace, con la sinceridad del que investiga. El artista sabe que se ha adentrado en un mundo apasionante y sabe que el arte no estriba en el preciosismo y la meticulosidad, ni siquiera en lo que se llama dominio del oficio, sino en el proceso intelectual que persigue modelos que hablen y sugieran a través de sus esculturas. Esculturas que evolucionen, que se transformen, pero que mantengan el carácter y la fuerza de siempre.

He conocido la evolución del artista desde casi sus comienzos, he visto sus esculturas realizadas en piedra, he observado sus bronces y las que realiza en madera y siempre, en todas ellas, ha estado y está presente su preocupación por el respeto a la naturaleza, si usa tintes los busca naturales, extraídos de la tierra y de sus frutos, si realiza bronces, busca los métodos que se alejen del proceso industrial. La piedra y la madera condicionan y guían el trabajo de Mario Molins. Dicho de otra manera, el trabajo del artista deja que los materiales hablen y que se establezca un diálogo entre el arte y la naturaleza.

La exposición que se presenta en el CDAN, Centro de Arte y Naturaleza, se compone de esculturas todas hechas en madera de almendro, de olivo, de nogal, de álamo, etc., todas sacadas de su entorno más o menos próximo. Y es que para Molins el árbol es una proyección del paisaje. Según el tipo de madera sale un color, los anillos de crecimiento hablan de años de más lluvias o de sequías, los nudos de los troncos también hablan del lugar donde habitó el árbol. El artista establece así un diálogo con el paisaje, una conversación a través de la materia, a través del árbol. El trabajo de Mario Molins se aproxima en este sentido a la concepción artística de David Nash. Al igual que hace el escultor británico, pretende dotar de forma plástica a la materia, “pero esa materia vegetal con la que trabaja no deja de ser en su obra naturaleza, por eso cuando talla un tronco de árbol no pretende que la madera cobre la forma de un cuerpo o simule la apariencia de otro objeto o material distinto del que es. En este sentido, las obras de David Nash se aproximan a una prolongación humanizada de la obra de la naturaleza”. Esta reflexión se podría aplicar también, casi literalmente, a la plástica del artista binefarense.

Mario Molins, a fin de conocer la profundidad de las cosas, escudriña dentro del tronco, busca el paisaje al que perteneció el árbol, su intención es la de meterse dentro para descubrirnos todo un mundo, para investigar y mostrarnos la naturaleza. Por eso le gusta hablar de paisaje interior y paisaje exterior. Uno no se puede concebir sin el otro. El paisaje. Pregunto ahora por el significado de esos quemados que el artista hace en sus esculturas. ¿Qué significan? ¿Acaso el fuego no forma parte del devenir del paisaje? Podríamos ver una metáfora, una alusión a los cuatro elementos que configuran la naturaleza, según los clásicos. El mundo se compone de fuego, agua, tierra y aire. Pero el fuego también hace referencia a lo que sucede en el paisaje. El artista nos dice que percibe el paisaje a través de la materia. Las formas, las sugerentes formas de sus esculturas, hablan y se refieren siempre a la naturaleza de donde salen.

Quiero decir también que Mario Molins trabaja, tiene su taller en una masía cerca de Binéfar, en el campo, en el medio natural, en diálogo con los árboles, en contacto con la naturaleza. Allí trabaja y esculpe las esculturas, con la motosierra, con el soplete, con las lijas, con los tintes naturales. Sólo con un amor inmenso al entorno pueden salir las esculturas del artista. Hace dos años, en un campo de la localidad de Albelda, Mario Molins llevó a cabo una escultura singular. Talló e intervino en el tronco ya muerto de un olivo centenario. Es una escultura inamovible, está donde estaba el olivo. A su vez, salen nuevos brotes del árbol que irán evolucionando y que darán aceitunas con las que podrá obtener aceite de oliva virgen. Mayor diálogo con la naturaleza no puede existir. Mario Molins irá controlando su crecimiento, establecerá un diálogo continuo con el olivo y con la escultura, al igual que olivo con su devenida escultura. Diálogo del artista con la naturaleza.

Mario Molins sabe de dónde procede cada árbol que esculpe. Cuando termina la escultura, de características esencialistas, lo lleva de nuevo a su lugar originario para fotografiar la escultura en el lugar donde se desarrolló el árbol como paisaje. No se pierdan las fotografías que muestran lo dicho en la exposición.

Es como un ritual, es la consideración del árbol como algo sagrado, es venerar al árbol con una simbología cósmica, la comunicación de la tierra y el cielo. Al fin y al cabo los árboles hunden sus raíces en la tierra y de allí surgen el tronco, las ramas y la frondosidad de las hojas. El artista vendría a ser un druida, un señor del bosque, un sabio que lo sabe todo de la naturaleza y de los árboles.

La exposición se presenta como un bosque de esculturas. Aparecen pocos pedestales, las esculturas siguen, como los árboles que fueron, apegadas al suelo, apegadas a la tierra. Sin embargo Mario Molins es un artista que nos muestra formas, que nos muestra volúmenes, no para explicar ni para justificar nada, sino como elementos de reflexión, quizás conceptual. Sus pasos se mueven en un nuevo “land art” alejado de las visiones distantes del romanticismo con respecto a la naturaleza y el paisaje. Nuestro artista se mete en la naturaleza a través del arte y sus esculturas no son cuerpos inertes que sólo ocupan un lugar sino que estas esculturas se identifican con el espacio, con la idea, con el árbol, con la acción y con la naturaleza. Las esculturas siguen vivas, han ocupado la vida que tenían cuando eran árboles. Las esculturas del artista se muestran formando un bosque, separadas entre sí de tal manera que permiten e invitan a rodearlas y moverse entre ellas. El espectador se integra, reflexiona, indaga, descubre el misterio, ve los huecos que ha practicado el artista, las grietas que siguen los surcos de las fibras vegetales, los cortes que modifican el origen y entonces ve otra cosa distinta al tronco o a la rama que fueron. El espectador dialoga así con el artista, con el arte y con la naturaleza, viendo y disfrutando de la poética de cada escultura y la poética del conjunto. Quizás se pueda ver también un espacio como hogar de la poesía, siendo las esculturas versos y rimas del bosque. El espectador verá también que existe una postura oriental en un arte que busca una relación de equilibrio con la naturaleza, con respeto a la naturaleza, con veneración diría yo, y no como un acto de arrogancia o explotación. Postura que aproxima al artista a planteamientos artísticos de Alberto Carneiro o Guiseppe Penone. Son buenas referencias para evolucionar en el apasionante mundo del arte.

Ricardo García Prats